Quiero llegar a casa
y vaciar toda mi tristeza
en las sábanas de nuestra cama.
Quiero llegar a casa
y verte tendido en la desidia
hipnotizado por las horas muertas
de ayeres putrefactos.
Quiero llegar a casa
y entregar el luto
que mi pecho anida.
Quiero llegar a casa
y ver que todo esto es sólo una mentira.
Son las nueve de la mañana y Benito despierta. El sudor cubre
su cuello y su ancha frente repleta de arrugas y manchas cafés. La primera
imagen que se le viene a la mente es la de Santiaguito
–santo patrono de Izúcar de Matamoros–;
postrado en su blanco corcel, mientras sostiene una espada, con la capa
saturada de fotografías, mechones de cabello y billetes.
Entre un montón de libros viejos de teología y cartas sin
abrir de algunos feligreses en busca de algún rayo de redención, Benito busca
el discurso que ofrecerá en la misa de hoy. Es el discurso del padre Federico,
quién fuera su antecesor hace ya algunos meses antes de morir por problemas en
el hígado –de tanto escanciarse el vino de la iglesia–. Ese gastado discurso,
que año con año, es sacado del olvido y leído con lozanía ante todos los
devotos que asisten a la misa en honor de Santiaguito
–que son aproximadamente los ciento cincuenta habitantes–.
Todavía con el sueño trepado en la cabeza, se dirige a la
cocina y abre la vieja nevera que aún se resiste a ser substituida. Dentro de
ella sólo hay un par de blanquillos y media jarra de leche –algo amarillenta–,
sin meditarlo mucho, toma la jarra de leche y comienza a buscar dentro de la
alacena alguna taza limpia para servirse. Pero lo único que logra encontrar es
un par de cucarachas que se esconde en la oscuridad de las esquinas del mueble
–Son como los retrasados mentales, los que deambulan por los traspetos de la
iglesia, escondiéndose de los demás, en la oscuridad, porque nadie los quiere.
Ese es el único lugar que la sociedad les da en realidad– dice decepcionado,
mientras comienza a beber de la jarra directamente.
La agriedad de la leche penetra sus papilas gustativas, se
desliza por su garganta quemando las paredes de esta y llega al estómago, el
cual ruge de inconformidad por la basura que yace en él, –Basura, como la
esperanza que piden que les de a cualquiera de sus desahuciados problemas
existenciales–se dice así mismo.
Ya bien despierto, Benito se mira en el espejo de su tocador.
–Si es que existes, dame la fuerza necesaria Señor, susurra. Se persina y
observa las empolvadas imágenes que cuelgan de las viejas paredes de adobe,
buscando en los ojos de aquellos santos y mártires una señal de perdón. Regresa
a la cocina a limpiar los trastes sucios que desde hace 5 días se cubren de
moho. Sin tener suerte, se dedica mejor a acomodar toda la maraña de cartas
viejas, fotografías de años que fueron tragados por el seminario y retiros, una
que otra medalla al merito que llegaron a él durante su servicio al frente.
Las manecillas del reloj le hablan de que las once se
acercan, así que toma el discurso, lo dobla y lo mete entre su habito.
Benito camina entre las bancas de la capilla y comienza a
quitarse la mugre que anidan sus uñas. Mira hacia la imagen de Santiaguito y se pone a pensar en lo
mucho que aborrece a sus feligreses; esas madres argüenderas que lo buscan cada
tres días para pedir consejo sobre sus hijos adolescentes, a los campesinos que
acuden a orar por la lluvia que no ha caído sobre su tierra yerma, a los
ancianos que pasan la mayor parte del día sentados en las bancas durmiendo
–contaminando con su hediondo aroma toda la capilla–, a la viuda demente que va
diario a confesarse –contándole la misma historia desde que él reside en
Izúcar–, a los niños mendigos que frecuentemente entran a pedir una rebanada de
pan. Benito está cansado de ver la injusticia divina caer sobre las espaldas de
estos entes que rondan el templo en busca de palabras vanas y efímeras de
aliento. –Todas son almas sin arreglo, sin salvación. ¿Para qué prolongar su
sufrimiento?, le pregunta a la gran imagen de Santiaguito. –Dime, tú que resguardas todas estás almas en pena,
¿Para qué? ¿Para qué seguir vagando así?
Su monólogo interior es interrumpido por el conserje de la
iglesia, quién le dice que subirá a tocar las campanas. Benito asienta la
cabeza. Se dirige a preparar las ostias y el vino, por que la hora se aproxima.
La gente comienza a llegar; entra cantando himnos de alegría
y de perdón mientras carga en sus hombros todo tipo de ofrendas –desde flores
hasta mole–.
Hombres, mujeres, niños y ancianos llenan las bancas del
templo de Santiaguito. La fe y el agradecimiento se escurren de los ojos de
unos cuantos. Benito sube al altar y recorre con la mirada a toda la
congregación, traga un grumo de saliva y llena sus pulmones con el hediondo
olor que flota en el aire.
Las piernas le tiemblan un poco, pero sabe que es lo mejor
para todos. Pide una oración por todos los presentes y por sus pecados, por los
que ya no están y por la gloria –que según el protocolo marca– les espera al
final de la vida en la tierra. La misa comienza y con ella el final.
Benito le da lectura a salmos y versículos especialmente
seleccionados para la celebración, mientras que hace un recuento de las frentes
agachadas pidiendo redención a sus pecados. Prosigue con el discurso del padre
Federico, impregnándose de la devoción que yace en la mirada de cada uno de los
devotos. El protocolo eclesiástico continúa, al igual que la cuenta regresiva que
los acerca –según Benito– a la paz eterna. –Esta es la sangre de Cristo, que
fue derramada para la salvación de la humanidad, consagremos el cuerpo y la
sangre de nuestro Señor–. El sudor
aparece de nuevo y rueda por la papada de Benito, el tiempo se suspende y el
sonido se turba un poco. Una cuenta regresiva nubla su mente y todos contestan
en forma de coro
–¡Amén!
Benito sonríe, mientras la espada de Santiaguito atraviesa su
pecho, cayéndole desde arriba.
Nunca había odiado al sol como hoy; es de esos días en que
te calcina los ojos con sus rayos y te calienta la cabeza tanto que un huevo
podría cocinarse al instante. Pero bueno, el tiempo ya estaba pisándonos los
talones y todavía empezaba a tachar de la lista de pendientes las cosas que
debía hacer. Hoy es jueves y debo asistir a una reunión ñoña y sosa, con una
bola de viejos decrépitos y alego céntricos, intentando ser disque escritores.
Preferiría ir a misa y pasar a leer una lectura de esa recopilación de cuentos
ficticios llamada Biblia, pero ni modos, el silencio tiene precio y es un
precio que estoy dispuesta a pagar.
El
asfalto hervía y la gente atorada en el tráfico estaba más alterada e histérica
de lo normal; los claxons de los coches ensordecían mi voz interna, la cual me
estaba jodiendo la existencia, ya que cada vez que veía el reloj, me recordaba
lo tarde que ya era y las caras de aquellos mequetrefes enojados por mi
impuntualidad. Realmente no comprendo que ganan con pitar tanto, es como si
pensaran que sus claxons fueran tan poderosos que las ondas de sonido que estos
producen pudieran mover a aquel imprudente que se estaciona en doble fila o al
tarado que va a veinte kilómetros por hora. –¡Bienvenida a Puebla!, le dije a
mi hermana. ¡Próximamente vivirás en la ciudad de los mochos y espantados;
fresas y mamones; de los pipopes!, exclame. Ella sólo volteo a verme y dijo
–Ash.
Veinte
minutos después de estancarnos en un mar de autos, llegamos a nuestra primera
parada; Sam’s Club. Mamá desplego una enorme lista de las cosas que debíamos comprar; Cloro,
detergente, jabón, contenedores de plástico, leche en polvo etc, etc. Realmente
no preste mucha atención a las cosas que había en el almacén, porque me da
flojera eso de ir de compras, simplemente entro por lo que quiero comprar y ya,
no me distraigo como las demás personas que terminan comprando cosas que
seguramente ni necesitan. Al terminar la búsqueda exhaustiva del los
contenedores de plástico, el tiempo ya estaba prácticamente arriba de nosotras,
pero el destino, como siempre, nos jugó una broma de mal gusto, ya que un
estúpido cajero no nos cobro un contenedor de plástico y mamá tuvo que
regresarse a que el tarado enmendara su error. Diez minutos de mi vida
desperdiciados ahí. Finalmente, nos fuimos. –Mamá, llévame a la agencia, ya es
tarde. Mi mamá como buena mamá que es, me llevó a la agencia. La junta ya había
comenzado, aunque nadie se extraño de que llegará tarde, ya que generalmente
nadie llega a la hora acordada. –Los pendientes para esta semana son estos,
señalo mi colega. ¡Una hora productiva al fin!, pensé. Dieron las 3:30, me
despedí de mis colegas. –¿Vas para el centro?, preguntó uno de mis amigos.
–Sí,
pues vámonos juntos…no traigo auto, mi mamá está en la ciudad y pues…
–No
te preocupes. De todos modos, no voy muy lejos.
Salimos
de la agencia y el cielo se oscurecía; a mi no me preocupó, porque ya días
atrás había pasado lo mismo y ni una gota de agua en el piso. Ya en la puerta
de las oficinas a donde se dirigía mi amigo, él me preguntó…
–¿Traes
paraguas?
–No,
¿Por qué?, le pregunte extrañada.
–Yo
calculo que como en media hora empezará a llover, afirmó.
–Si,
si traigo paraguas, le dije, burlándome de él.
Nos
despedimos y continúe con mi camino, mientras me reclamaba a mi misma porque no
había tomado un taxi, ya que parecía que entre más avanzaba el cielo se tornaba
más negro, las primeras gotas de agua no tardaron en caer.
–Carajo,
dije. Y apresuré el paso. Ya sobre la 16 de septiembre y 13 poniente el
aguacero me sorprendió por la espalda. Todos corrían a refugiarse, menos yo,
que necia seguía caminando. Pase la 11, 9, 7 y 5 poniente con más pena que con
gloria, estaba completamente mojada, en mis zapatos nadaba basura y agua
puerca, mis pantalones eran como esponjas, absorbían todas las gotas que con
ellos rozaban. Al llegar a la 3 poniente me quise hacer la lista y pensé, si me
voy por los portales quizás ya no me jodera tanto esta lluvia y así fue, sólo
que no contaba con la cantidad de gente que en ellos se refugiaban. Ahora no
sólo tenía que cuidarme de la lluvia, sino también de los pinches rateros que
esperaban el momento adecuado para bolsearte. Crucé Reforma y ahí fue cuando
comencé a ver la luz, cuatro en punto marcaba mi reloj. Ya estaba a una cuadra
de mi destino, así que apresuré el paso. Más tarde en planear mi ruta que en llegar.
Cuando me di cuenta ya había llegado.
Y
ahí estaban mis compa-ñeros, hablando sobre sus logros con circo, maroma y
teatro, –Pinches mamones, pensé. Llegué y puse la mejor cara posible, aunque
eso de ser hipócrita nunca se me ha dado, y con toda la bola de pendejadas que
me habían pasado antes de llegar, apenas pude hacer un gesto de alegría.
–Buenas
tardes, les dije. Y tomé asiento. Me senté en la cabecera, para no estar en
medio de su plática estúpida y sosa. Mi presencia fue prácticamente
imperceptible, seguían hablando de pendejadas egocentristas. En verdad que no
quería estar ahí, pero sabía que si no asistía a la reunión, el idiota que me
dejó la nota en mi casillero aquella tarde, en donde me amenazaba con decirle a
la directora del instituto quién había boicoteado la entrega oportuna de los
cuentos, los cuales serían parte de esa estúpida antología. ¿Y porqué mi cuento
no?, son unos incultos que no saben apreciar la literatura de verdad. En
realidad no entendía nada, pero sabia que tenia que estar ahí, ya que tenía
mucho en juego; si mi secreto fuera revelado perdería el apoyo de mi padre,
quién nunca había estado orgulloso de mi hasta el día que se enteró que
seguiría sus pasos como escritor. ¡Carajo!, según yo no había dejado ningún
cabo suelto, lo tenía muy bien planeado, ¿Quién de todos estos cretinos era el
chantajista cobarde? Sospechaba de todos, pero a la vez de nadie, ya que todos
actúan como siempre actúan, como unos mentecatos ególatras. Mientras los
observaba fijamente, esperando a que alguien me sostuviera la mirada, una mano
pesada tocó mi hombro.
CENTRAL DE AUTOBUSES. CAFETERÍA DE LA
CENTRAL . MEDIODÍA.
Luis (hablando
por celular, meloso): Si mi
amor, si. Ya estoy aquí, te estoy esperando. Tu estate tranquila ¿si corazón?.
¿En cuánto tiempo llegas? ¿20 minutos? Ok. Aquí te veo. Si, yo también te
extraño. (fastidiado) Que si bebé. Ok. Si. Besitos. Adiós. (cuelga
el celular). ¡Pero quién me
manda a estar tan guapo! ¡Si! ¡Chulada de hombre, soy tan espectacular que no
puedo ser sólo de una! Y aunque el de allá
arriba trate de abusar de mi suerte, saldré bien librado de está. Por un
lado está Dalia, ¡oh Dalia! Exquisita flor, ardiente y sin pudor, tan libre y
tan testaruda. Revoltosa e indomable,
que se fue a refundir por toxicómana con toditos sus demonios a Oceánica, pero que nadie sepa,
¡imagínense! ¡Que escandalo sería!, la hija del señor importante una drogadicta, ni pensarlo. Cinco años hemos compartido. ¿Su familia? En
mi bolsa ¿y su dinero? Pues también en mi bolsa. ¿Mi destino? Casarme con ella,
como dice mi mamá –Nos va a sacar de pobres–.
(Suena su celular, contesta) ¿Bueno? ¡Ah Lorena! ¿Cómo estás?
Si, si, en la central estoy esperando a (dudando) mi tía. Si, mi tía, la de
Alvarado. ¿Qué? ¿Tienes que decirme algo importante? ¿Vienes? ¡¿En Luis5
minutos?! ¿Y si mejor…? Pero… Está bien amor. Aquí nos vemos. (Cuelga
su celular) ¡Me lleva la chin…! ¿Y ahora? Era Lorena. Necia, necia,
necia. (tono pervertido) Hay mi Lorena, mi perla blanca tapatía. Ojos
azules como el firmamento, su cuerpo una obra de arte, su cabello largo y
castaño. Pobre, ingenua…sumisa. Me dio la prueba del amor y al natural ¿Cómo
ven? Pues claro, este potrillo no se junta con cualquier mula ¡Hay de mi! ¡Hay
de mi! ¿Y ahora? ¿Qué hago?... (asustado) ¡Se me van a juntar!
¡Carajo!. A ver, a ver. Tranquilo Luis, tranquilo. Piensa, piensa. ¡Ya sé! Le
digo a la Dalia cuando llegue que la veo más tarde en su casa y a Lorena la
entretengo en la cafetería hasta que Dalia este ya en su casa, dice que tiene
algo muy importante que decirme ¿no?. ¡Si! Es lo que haré. ¡Hay pero que listo
soy! (rie).
Dalia (contesta su celular): ¿Bueno?
¡Hermoso! ¿Qué? ¿En mi casa? (triste) pero tengo 3 meses sin
verte ¿Qué no me quieres ver? Pero… (sorprendida) ¿Algo importante? Hay,
está bien.
Luis (cuelga su celular): ¡Ja! ¡Que listo
soy! Bueno, esto ya está arreglado. Ahora falta Lorena. Probemos suerte. (abre su celular)
ENTRA LORENA A ESCENA. SE VE PREOCUPADA.
Lorena (feliz): ¡Cosita! (se lanza a los brazos de Luis)
Luis (sorprendido) : ¿Pero que haces aquí
Lore?
Lorena : ¿Qué hago aquí? Pues quedamos de vernos tontito.
Luis (asustado): Pero llegaste antes
de tiempo
Lorena: ¿Y? Es que tengo algo muy importante que decirte.
Luis (preocupado): ¿Importante? ¿Qué pasa?
Lorena (feiz): Es que… estoy embarazada y obvio, el bebé es
tuyo ¿No es lindo?
Luis (anonadado y asustado): ¿Qué? ¿Qué es lindo?
Lorena: Qué vayamos a ser papás.
Luis: Pero como es
posible. Tonta mujer que no me dijo nada, ella tuvo que detener mis instintos,
cusca que es. Todo es su culpa insulsa mujer. Desgració mi vida. ¿Y ahora que
haré? Esto no lo puede saber Dalia. ¡El dinero! ¡El dinero! Perderé todo mi
dinero. ¡Cinco años se irán a la basura! Y todo por su calentura.
Lorena: ¡Pero si te di la prueba de mi amor a ti!
Suena el celular de Luis
Luis (se aleja un poco de Lorena, enojado): ¿Bueno? Te dije que
mejor te veía en tu casa. Si, si quiero verte, al rato voy a verte. ¿¡Qué!?
¿¡Estás afuera?!
Dalia: No, estoy casi enfrente de ti. (cuelga su celular) ¿Y está quién es?
Lorena (sorprendida) :¿Tu eres la drogadicta? ¿Dalia no?
Dalia (mira feo a Luis): ¿Pero como…? ¿Ah? ¿Drogadicta?
Lorena: Luis y yo vamos a ser …
Luis (nervioso): Dalia ella es Lorena. Lorena ella es Dalia.
Nos vemos.
LUIS SALE DE ESCENA.
Sentada en una silla de rueditas se
encuentra una mujer como de 30 años. Enfrente de ella se encuentra una mesa
como de oficina, en la cual hay un micrófono nada más, cuyos cables están sobre
el piso. En su mano, tiene un sobre. Lo ve fijamente y mientras lo abre
comienza a decir:
MUJER: Y
finalmente ha llegado. (saca la hoja de
papel y lee un poco de lo que dice) Estimada Lic. Amalia Ruiz Ortega. Por
la presente le comunicamos que después de realizar un seguimiento sus funciones
y su rendimiento laboral del mes pasado hemos notado que su rendimiento ha sido
(balbucea y medio lee) hemos tomado
la decisión de proceder (balbucea y medio
lee) a un despido disciplinario. (confundida) Nos vemos obligados a tomar
esta decisión a base a los siguiente motivos (silencio) el día lunes 4 de mayo asistió a su puesto de trabajo
llegando 2 horas tardes, faltando a la junta con los productores del programa
de radio que usted conduce. Así como también, el día 15 de mayo asistió a
trabajar bajo influencia de bebidas alcohólicas de forma notoria, retirándose
inmediatamente, 10 minutos antes de entrar al aire (balbucea y lee). Le informamos que en el departamento de recursos
humanos (balbucea mientras lee) a su disposición el finiquito que (deja de leer, arruga la carta y la tira al
suelo. Se agacha y pone sus manos sobre la cabeza, se jala un poco el cabello y
llora un poco).
Contraluz.
MUJER: Todo lo que
hago está mal. (enojada) todo. ( levanta la cara y gritando) ¡Todo! (azota con puño cerrado su mano contra la mesa y enseguida cae una luz
cenital).
Se acerca al micrófono
y lo observa lenta y cuidadosamente. Se acerca a él y le susurra lo siguiente.
Hoy,
al igual que ayer (duda)…quizás. Me
encuentro enfrente de ti, tu, ese que me da voz, a quién le susurro todo lo que
mi espalda carga; un inesperado embarazo, el cual es consecuente una enorme
cadena de eventos desafortunados que hoy son parte de los demás fracasos que mi
comprehensiva y misericordiosa familia me adjudica. (toma al micrófono y a su boca un poco más. Comienza a narrar).
Se apaga la luz
MUJER: (con duelo) Como por ejemplo…
Luz cenital.
Aparece en escena del lado derecho un joven
como de 23 años vistiendo toga de graduación, sonriendo y en sus manos un
titulo profesional. Y del lado izquierdo una mujer como de 40 años y una joven
como de 21, ambas vestidas formalmente, la mujer mira con desprecio a la joven,
mientras que está cubre con sus manos su cara.
No
haberme titulado por promedio, algo por lo que luche toda mi vida universitaria,
¿Por qué? (insolente responde) porque
me embarace. Todo esto me fue reprochado el día de la ceremonia de grado de mi
primo, en donde mamá lanzó sobre mi una mirada voraz mientras mis primo posaba
para las fotos que le tomaban como memoria a este su logro, la cual que atravesó mi alma y con sus venenosas palabras,
mamá ensordeció mi fe en mi misma. (imitando)
¡Mira! ¡Ahí podrías estar tu! Pero no. Sólo eres una espectadora más.
Se apaga la luz.
Los personajes salen de escena.
MUJER: (con enojo) Y como olvidar…
Luz cenital.
Aparece en escena del lado derecho una joven
como de 20 años colgada prácticamente del brazo de un joven alto, rubio, de
ojos azules. Del lado izquierdo, un señor como de 50 años con los brazos
cruzados mirando fríamente la misma joven en la entrada anterior, esta tapa
fallidamente con sus manos sus ojos.
MUJER: A mi padre comparándome con mis primas del norte. Después de que
él fuera a la lujosa y extravagante boda de una de ella, quién se caso con un
suizo y como es costumbre fuera testigo de las grandes hazañas que su familia
colecciona. Quiénes viajan a países extranjeros, conociendo lo mejor de la
crema y nata de la raza aria. Lo cual yo nunca pude conseguir, ya que durante
toda mi vida universitaria a lo único que dedicaba realmente era a complacer a
mi ex novio (silencio).
Se apaga la luz.
Silencio.
Los personajes salen de escena.
MUJER: Personaje el cuál me embarazó y
acto seguido me abandonó a mi y al pequeño pececillo que habitaba mi vientre. (silencio).
Luz cenital.
Aparece en escena del lado derecho un joven
como de 20 años, no muy agraciado, con él muchas bolsas con dinero, con el cual
él avienta al air, el se ve feliz. Del lado izquierdo, la misma joven de las
entradas anteriores, pero embarazada. Ella carga una mochila y viste unos jeans
y una playera que le queda muy ajustado a su maduro vientre, mientras lo
acaricia con miedo y tristeza.
MUJER: Ya que representábamos un bache
en el camino, el pedazo de mierda pegada en la suela de su zapato, un lazó en
su cuello (silencio).
Los personajes salen de escena.
Se apaga la luz.
MUJER: Pero la carga no se desborona
ahí. No mis queridos radioescuchas, la trama de está asquerosa telenovela no
termina ahí.
Contraluz
MUJER: Pero la carga no se desborona
ahí. No mis queridos radioescuchas, la trama de está asquerosa telenovela aún
tiene tela de donde estirar (silencio).
Se apaga la luz
Silencio.
Los personajes salen de escena.
Luz cenital.
Aparece en escena del lado derecho una joven
como de 18 años, vestida de una manera moderna. Con lentes de sol. Se pinta las
uñas mientras habla por celular. Del
lado izquierdo aparece una joven como de 23 años, mientras un niño como de 3
años le jala un poco la punta de la falda, mientras esta guarda ropa en un
canasto.
MUJER: (seria) Nadie sabe realmente por que decidí salirme de mi casa y
fugarme con ese muerto de hambre, que hoy llamó ex esposo. (con conraje) Pero
fue ella la causante de todo esto. Mi pequeña prima, que quién cuando entró a
la universidad llegó a vivir a la casa de mis padres, en donde yo vivía con mi
pequeño Mario (silencio y se le sale una
lágrima. Mira al cielo/techo, se recupera y continua hablando). Y mi mamá
me pidió que la atendiera bien. Pero
no pensé que atender consistía en
lavar su ropa, recoger y lavar sus trastes sucios, llevarla a donde ella quería
ir, ya que la princesita no estaba
acostumbrada a viajar en colectivo y lo peor era que si yo me negada a hacerlo,
mi mamá me metía una santa regañisa y
una santa putisa que hasta morada me dejaba, así que tenía que atenerme a mi
vida de servidumbre. Mi mamá le hizo creer que la casa incluía sirvienta,
cocinera y chofer las 24 horas del día, los 7 días de la semana y los 365 días
del año, quién curiosamente esa multitareas
era yo. (enojada y con un tono irónico,
con un ritmo de voz acelerado). En un mundo normal y democrático, al
prestador de este tipo de servicios se le da una remuneración de
aproximadamente 1000 pesos semanales, lo cuál durante el tiempo que vivimos
juntas, antes que me juntará con el monigote aquel, serían 8000 pesos. De los
cuales, ni el sellito de legitimidad he visto (golpea la mesa con el pugare
mis padres, darme un hode mi cuenta, al salir del curso, ibamo a su casa y
teniamos iquea.
ntiene
una pose encorbada na plaño),(silencio).
Se apaga la luz.
Silencio.
Los personajes salen de escena.
MUJER: (cansada) Pero todo esto fue el inicio del fin. (triste) mi de fin.
Luz cenital.
Aparece del lado derecho un hombre como de
40 años, gordo y feo. Vistiendo una camiseta blanca sin mangas manchada de
salsa, mientras el se rasca el trasero y mantiene una pose encorvada. Del lado
izquierda aparece una joven como de 23 años, sentada con las piernas cruzadas y
con las manos cubriendo su cara mientras lloriquea.
MUJER: (avergonzada) Lo conocí en mi curso de actualización para locutores
de radio. Él era nuestro profesor. (un
poco feliz) La atracción no se hizo esperar y sin darnos cuenta, al salir
del curso, íbamos a su casa y teníamos horas y horas de sexo. (decepcionada) él me prometió todo;
sacarme de mi casa y ya no depender más de mis padres, darme un hogar, una
familia… Y sí, me saco de mi casa. Me dio un hogar, de cierta manera. Pero
nunca dijo nada de ser su esclava. (enojada)
su esclava sentimental, sexual… El subyugo todo eso que me prometió que alguna
vez sería. Me dijo que sería libre. Pero no fue así. El sólo quería alguien que
lo mantuviera, que le cocinara, que pagará la luz, el teléfonos y el cable. Yo
estaba enamorada del amor y él… de la comodidad. Y lo peor de todo, es que
sacrifique no sólo mi libertad, sino a mi pequeño Mario. Mi Mario hermoso. (silencio)
Se apaga la luz.
Silencio.
Los personajes salen de escena.
Entra a escena un niño, como de 4 años. Este
está tirada en el suelo. Presenta moretones y heridas llenas de sangre. Yace
como si estuviera muerto.
Luz cenital sobre el niño.
MUJER: (suspira) Fue un viernes saliendo de la escuela. El tráfico estaba
terrible y se me hizo tarde. Él me esperaba paradito con su mochila azul.
Cuando (trata de contener el llanto) sus
amiguitos jugaban futbol y el balón se les fue a la calle. Entonces (sollozando) él fue por el balón. Y… Y
un coche lo arrolló. Sus útiles salieron volando, él rebotó contra los
parabrisas y…la nada. Se fue. La ambulancia tardó mucho en llegar, mientras su
sangre manchaba el asfalto. Fue horrible pero instantáneo. En un pestañeo, el
tiempo se diluyó en sus pequeños ojos cafés. (llorando) Y si, yo lo fui a
recoger. Lo recogí muerto, tieso, desvanecido. Así…
Y
hoy, lo único que me mantenía en estado vegetativo se ha terminado. Me han
despedido. Ya no tengo nada. Estoy sola y no tengo nada (silencio).
Se apaga la luz.
Silencio.
Salen de escena el niño.
MUJER: (Gritando): ¡Estoy sola!, ¡Estoy
sola!, ¡Estoy sola!, ¡Estoy sola!, ¡Estoy sola!.
(tranquila)
Fin de la transmisión mis queridos radioescuchas.
Luz cenital.
Aparece la mujer tirada en el suelo.
Alrededor de su cuello están los cables del micrófono.
Se apaga la luz.
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