Me
gustaba ver como se hacia su coleta. Los rayos del sol que entraban por su
ventana peinaban su largo cabello castaño. Dos vueltas le daba a la liga morada
que sostenía la coleta.
Karla
era mi vecina. Iba en el mismo salón que yo. Muchas veces intente hablarle,
pero nunca me anime realmente. Me quedaba en el intento, por que sabía que mis
palabras serían en como la brisa del viento y sólo moverían sus largos
mechones.
Tenía
muchas ganas de decirle lo bonita que se veía por las mañana cuando peinaba su
sedoso cabello. También, que quería invitarla a ir por un raspado, de esos que
venden enfrente del parque. Contarle que me gustaría tomarla de la mano
mientras camináramos de regreso al edificio en donde vivía. Y darle un pequeño
beso de despedida en sus rosadas mejillas. Pero esto solamente vivía en mi
imaginación.
Los
días se fueron tachando de mi calendario, en ese el de los gatitos, que colgaba
de la pared de la cocina. Y un buen día cuando finalmente me decidí a hablarle.
Al
mirar por su ventana, la cual quedaba enfrente de la mía. Sólo vi un par de
tenis que colgaban del cable de luz. Ya no había algo que los rayos del sol
pudieran peinar, ni un solo mechón que pudiera ser sostenido por una liga
morada. Karla y su familia se habían ido. Así nada más, de la noche para la
mañana. Muchos dicen que fue porque su papá tenía problemas en la fábrica y lo
buscaban por haber robado dinero de la caja. Otros dicen que su hermano mato a
un chavo que vivía en el mismo edificio que él. Y unos cuantos dicen que fue
porque ya no les gustaba vivir aquí.
Pero
sea lo que sea, ella se ha dio y con ella, el viento se llevo mis palabras.
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