Cuando
lo vi, él iba leyendo una novelita de un tal Perry Manson, vestía su trajecito ese blanco, de los que usan los
niños ricos del Junior Club cuando
van a jugar ese excéntrico juego con la pelota verde fosforescente.
Yo
subí a un Santa María, justo en la
esquina de Insurgentes y Álvaro Obregón.
Aún me faltaba por vender unas cuantas cajitas de chicles; tenía que
ayudar en casa, ya que el nuevo hombre de mamá se negaba a mantenerme ya que
decía que como no soy hijo no tiene la obligación de hacerlo y mamá, por tratar
de unirse al sindicato en el hospital terminó por perderlo todo, así que no me
quedo más que ayudarle con el gasto de la casa y con el mío.
Pensé
que no me reconocería, ya que según mi mamá, cuando uno tiene dinero se olvida
de que existen los que no tienen y estos se vuelven invisibles. Y eso esperaba
que pasara, pero cuando sentí su mirada encima de mi cajita de chicles supe me
había equivocado, así que decidí bajarme de la ruta, pero Carlitos me persiguió.
Yo
me negaba siquiera a cruzar mirada con él, ya que después del encontrón que
tuvimos aquel día cuando les dije par de
putos a él y al hijo del Señor, al
Jim, pensé que tal vez me perseguía para soltarme un puñetazo en la cara. Pero
estaba equivocado de nuevo, sólo quería hablar conmigo, de eso que paso con Jim
y su mamá, así que me dio a escoger entre un helado o algo de desayunar y yo
como no había desayunado le dije que me invitará a desayunar.
Cruzamos
Obregón e Insurgentes, mientras me preguntaba sobre Jim. Tragué harta saliva,
no sabía que decirle, me hice el tonto y apresuré un poco el paso hasta llegar
a la tortería.
–Me
da una de chorizo, dos de lomo y un Sidral
Mundet, le dije a la que nos atendió. Carlitos no pidió nada, se ve que era
más su hambre de saber que la del estómago. El silencio se hizo presente, así
que me hice como que la virgen me hablaba para que no me preguntara nada; puse
la cajita de los chicles en la mesa, vi hacia Insurgentes, vi esos edificios
grandotes, bueno, trate de hacerme pendejo.
Por
fortuna, la comida llego antes que las ochomil preguntas que Carlitos me haría;
comí como pelón de hospicio, empecé con la torta de chorizo y pues a hacerle un
poco de plática, ya que se me hacía mala onda comer así nada más.
–¿Y
tú?, ¿Pasaste de año a pesar del cambio de escuela? ¿Te irás de vacaciones a
algún lado?, le pregunté.
Carlitos,
me dijo algo así de irse a Nueva York a la Plaza,
no le entendí bien.
Ya
no podía seguir haciéndome guey, así que paso lo inevitable. Carlitos me
preguntó sobre Jim y su mamá, bueno, al menos esta vez no me equivoqué. Para
agarrar valor y prepararme para lo que le iba a contar, tomé un poco del Sidral, le pedía a Diosito que me
perdonara por andar de chismoso y agarre fuerzas no se donde, porque ya estaba
bien cansado y le dije: Mira Carlitos, me da mucha pena decirte esto pero todo se supo en la escuela. Jim nos dijo
todo. –¿Todo? ¿Qué es todo?, me preguntó. –Si, todo. Lo de la mamá de Jim. Él te odia.
Alguien te vio confesándote el otro día en la iglesia después de tu declaración
de amor. Estás bien loco, pinche Carlitos. Te la rifaste bien chido. Y hasta
supimos que te llevaron con el loquero, pero no te agüites Carlitos.
Vi
que Carlitos se avergonzó por las cosas que la había dicho, así que mejor
decidí quedarme calladito y seguir comiendo. Y pensé que el Carlitos era a todo
dar, a pesar que hayamos tenido nuestras diferencias y que pues, debía saber
todo, si, ahora si todo; lo que le había pasado al Jim y su mamá. Así que volví
a tomar valor, alcé la mirada y le dije: Yo no quería decirte, pero eso no es
lo peor Carlitos.
Pero
el hambre me ganó y le tuve que pedir chance a Carlitos que me dejará terminar
mis tortas. Estaban buenísimas, aunque si me pasé de lanza, el pobre Carlitos
muriendo de la curiosidad y yo de hambre.
–Come
todo lo que quieras, yo pago. Me dijo el Carlitos.
–A
que chido este cuate, pensé.
–Bueno,
es que me da mucha pena, pero…
–¿Qué?,
ya dime pinche Rosales, no manches. -Aquí el Carlitos ya se estaba emputando-.
–Es
que la mamá del Jim, se murió.
–¿Murió?
¿Cómo que murió?. -Aquí ya sentía el madrazo en mi cara, pero no, me equivoque
de nuevo-.
– Si
el Jim vive en San Francisco desde octubre. Se lo llevó su verdadero papá. Fue
un pinche desmadre, no te imaginas. Resulta que el Señor, no era el papá de Jim.
Y
pues le tuve que contar todo. Ahora si todo.
Y pues no me creyó nada, ya que hasta me dijo que había inventado todo y que
seguro lo había sacado de alguna película mexicana o de esas radionovelas
cursis de la XEW.
Carlitos
se emputo tanto que ni se despidió de mi. Sólo me dejó diez pesos en la mesa y
ya nunca supe de él. Salió como alma que lleva el diablo.
Hay
pobre Carlitos, pero quien lo manda a andar de cusco ahí con la mamá del Jim,
si de por si había hartos rumores de su trabajo, pero en fin.
Yo
me quedé comiendo mis tortas, ya que tenía un día que no comía.
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