jueves, 13 de octubre de 2011

Carlitos


Cuando lo vi, él iba leyendo una novelita de un tal Perry Manson, vestía su trajecito ese blanco, de los que usan los niños ricos del Junior Club cuando van a jugar ese excéntrico juego con la pelota verde fosforescente.

Yo subí a un Santa María, justo en la esquina de Insurgentes y Álvaro Obregón.  Aún me faltaba por vender unas cuantas cajitas de chicles; tenía que ayudar en casa, ya que el nuevo hombre de mamá se negaba a mantenerme ya que decía que como no soy hijo no tiene la obligación de hacerlo y mamá, por tratar de unirse al sindicato en el hospital terminó por perderlo todo, así que no me quedo más que ayudarle con el gasto de la casa y con el mío.

Pensé que no me reconocería, ya que según mi mamá, cuando uno tiene dinero se olvida de que existen los que no tienen y estos se vuelven invisibles. Y eso esperaba que pasara, pero cuando sentí su mirada encima de mi cajita de chicles supe me había equivocado, así que decidí bajarme de la ruta, pero Carlitos me persiguió.

Yo me negaba siquiera a cruzar mirada con él, ya que después del encontrón que tuvimos aquel día cuando les dije par de putos a él y al hijo del Señor, al Jim, pensé que tal vez me perseguía para soltarme un puñetazo en la cara. Pero estaba equivocado de nuevo, sólo quería hablar conmigo, de eso que paso con Jim y su mamá, así que me dio a escoger entre un helado o algo de desayunar y yo como no había desayunado le dije que me invitará a desayunar.

Cruzamos Obregón e Insurgentes, mientras me preguntaba sobre Jim. Tragué harta saliva, no sabía que decirle, me hice el tonto y apresuré un poco el paso hasta llegar a la tortería.

–Me da una de chorizo, dos de lomo y un Sidral Mundet, le dije a la que nos atendió. Carlitos no pidió nada, se ve que era más su hambre de saber que la del estómago. El silencio se hizo presente, así que me hice como que la virgen me hablaba para que no me preguntara nada; puse la cajita de los chicles en la mesa, vi hacia Insurgentes, vi esos edificios grandotes, bueno, trate de hacerme pendejo.
Por fortuna, la comida llego antes que las ochomil preguntas que Carlitos me haría; comí como pelón de hospicio, empecé con la torta de chorizo y pues a hacerle un poco de plática, ya que se me hacía mala onda comer así nada más.
–¿Y tú?, ¿Pasaste de año a pesar del cambio de escuela? ¿Te irás de vacaciones a algún lado?, le pregunté.
Carlitos, me dijo algo así de irse a Nueva York a la Plaza, no le entendí bien.

Ya no podía seguir haciéndome guey, así que paso lo inevitable. Carlitos me preguntó sobre Jim y su mamá, bueno, al menos esta vez no me equivoqué. Para agarrar valor y prepararme para lo que le iba a contar, tomé un poco del Sidral, le pedía a Diosito que me perdonara por andar de chismoso y agarre fuerzas no se donde, porque ya estaba bien cansado y le dije: Mira Carlitos, me da mucha pena decirte esto pero todo se supo en la escuela. Jim nos dijo todo. –¿Todo? ¿Qué es todo?, me preguntó. –Si, todo. Lo de la mamá de Jim. Él te odia. Alguien te vio confesándote el otro día en la iglesia después de tu declaración de amor. Estás bien loco, pinche Carlitos. Te la rifaste bien chido. Y hasta supimos que te llevaron con el loquero, pero no te agüites Carlitos.

Vi que Carlitos se avergonzó por las cosas que la había dicho, así que mejor decidí quedarme calladito y seguir comiendo. Y pensé que el Carlitos era a todo dar, a pesar que hayamos tenido nuestras diferencias y que pues, debía saber todo, si, ahora si todo; lo que le había pasado al Jim y su mamá. Así que volví a tomar valor, alcé la mirada y le dije: Yo no quería decirte, pero eso no es lo peor Carlitos.

Pero el hambre me ganó y le tuve que pedir chance a Carlitos que me dejará terminar mis tortas. Estaban buenísimas, aunque si me pasé de lanza, el pobre Carlitos muriendo de la curiosidad y yo de hambre.

–Come todo lo que quieras, yo pago. Me dijo el Carlitos.
–A que chido este cuate, pensé.
–Bueno, es que me da mucha pena, pero…
–¿Qué?, ya dime pinche Rosales, no manches. -Aquí el Carlitos ya se estaba emputando-.
–Es que la mamá del Jim, se murió.
–¿Murió? ¿Cómo que murió?. -Aquí ya sentía el madrazo en mi cara, pero no, me equivoque de nuevo-.
– Si el Jim vive en San Francisco desde octubre. Se lo llevó su verdadero papá. Fue un pinche desmadre, no te imaginas. Resulta que el Señor, no era el papá de Jim.

Y pues le tuve que contar todo. Ahora si todo. Y pues no me creyó nada, ya que hasta me dijo que había inventado todo y que seguro lo había sacado de alguna película mexicana o de esas radionovelas cursis de la XEW.
Carlitos se emputo tanto que ni se despidió de mi. Sólo me dejó diez pesos en la mesa y ya nunca supe de él. Salió como alma que lleva el diablo.
Hay pobre Carlitos, pero quien lo manda a andar de cusco ahí con la mamá del Jim, si de por si había hartos rumores de su trabajo, pero en fin.

Yo me quedé comiendo mis tortas, ya que tenía un día que no comía.

0 comentarios:

Publicar un comentario

 
;