Nunca había odiado al sol como hoy; es de esos días en que
te calcina los ojos con sus rayos y te calienta la cabeza tanto que un huevo
podría cocinarse al instante. Pero bueno, el tiempo ya estaba pisándonos los
talones y todavía empezaba a tachar de la lista de pendientes las cosas que
debía hacer. Hoy es jueves y debo asistir a una reunión ñoña y sosa, con una
bola de viejos decrépitos y alego céntricos, intentando ser disque escritores.
Preferiría ir a misa y pasar a leer una lectura de esa recopilación de cuentos
ficticios llamada Biblia, pero ni modos, el silencio tiene precio y es un
precio que estoy dispuesta a pagar.
El
asfalto hervía y la gente atorada en el tráfico estaba más alterada e histérica
de lo normal; los claxons de los coches ensordecían mi voz interna, la cual me
estaba jodiendo la existencia, ya que cada vez que veía el reloj, me recordaba
lo tarde que ya era y las caras de aquellos mequetrefes enojados por mi
impuntualidad. Realmente no comprendo que ganan con pitar tanto, es como si
pensaran que sus claxons fueran tan poderosos que las ondas de sonido que estos
producen pudieran mover a aquel imprudente que se estaciona en doble fila o al
tarado que va a veinte kilómetros por hora. –¡Bienvenida a Puebla!, le dije a
mi hermana. ¡Próximamente vivirás en la ciudad de los mochos y espantados;
fresas y mamones; de los pipopes!, exclame. Ella sólo volteo a verme y dijo
–Ash.
Veinte
minutos después de estancarnos en un mar de autos, llegamos a nuestra primera
parada; Sam’s Club. Mamá desplego una enorme lista de las cosas que debíamos comprar; Cloro,
detergente, jabón, contenedores de plástico, leche en polvo etc, etc. Realmente
no preste mucha atención a las cosas que había en el almacén, porque me da
flojera eso de ir de compras, simplemente entro por lo que quiero comprar y ya,
no me distraigo como las demás personas que terminan comprando cosas que
seguramente ni necesitan. Al terminar la búsqueda exhaustiva del los
contenedores de plástico, el tiempo ya estaba prácticamente arriba de nosotras,
pero el destino, como siempre, nos jugó una broma de mal gusto, ya que un
estúpido cajero no nos cobro un contenedor de plástico y mamá tuvo que
regresarse a que el tarado enmendara su error. Diez minutos de mi vida
desperdiciados ahí. Finalmente, nos fuimos. –Mamá, llévame a la agencia, ya es
tarde. Mi mamá como buena mamá que es, me llevó a la agencia. La junta ya había
comenzado, aunque nadie se extraño de que llegará tarde, ya que generalmente
nadie llega a la hora acordada. –Los pendientes para esta semana son estos,
señalo mi colega. ¡Una hora productiva al fin!, pensé. Dieron las 3:30, me
despedí de mis colegas. –¿Vas para el centro?, preguntó uno de mis amigos.
–Sí,
pues vámonos juntos…no traigo auto, mi mamá está en la ciudad y pues…
–No
te preocupes. De todos modos, no voy muy lejos.
Salimos
de la agencia y el cielo se oscurecía; a mi no me preocupó, porque ya días
atrás había pasado lo mismo y ni una gota de agua en el piso. Ya en la puerta
de las oficinas a donde se dirigía mi amigo, él me preguntó…
–¿Traes
paraguas?
–No,
¿Por qué?, le pregunte extrañada.
–Yo
calculo que como en media hora empezará a llover, afirmó.
–Si,
si traigo paraguas, le dije, burlándome de él.
Nos
despedimos y continúe con mi camino, mientras me reclamaba a mi misma porque no
había tomado un taxi, ya que parecía que entre más avanzaba el cielo se tornaba
más negro, las primeras gotas de agua no tardaron en caer.
–Carajo,
dije. Y apresuré el paso. Ya sobre la 16 de septiembre y 13 poniente el
aguacero me sorprendió por la espalda. Todos corrían a refugiarse, menos yo,
que necia seguía caminando. Pase la 11, 9, 7 y 5 poniente con más pena que con
gloria, estaba completamente mojada, en mis zapatos nadaba basura y agua
puerca, mis pantalones eran como esponjas, absorbían todas las gotas que con
ellos rozaban. Al llegar a la 3 poniente me quise hacer la lista y pensé, si me
voy por los portales quizás ya no me jodera tanto esta lluvia y así fue, sólo
que no contaba con la cantidad de gente que en ellos se refugiaban. Ahora no
sólo tenía que cuidarme de la lluvia, sino también de los pinches rateros que
esperaban el momento adecuado para bolsearte. Crucé Reforma y ahí fue cuando
comencé a ver la luz, cuatro en punto marcaba mi reloj. Ya estaba a una cuadra
de mi destino, así que apresuré el paso. Más tarde en planear mi ruta que en llegar.
Cuando me di cuenta ya había llegado.
Y
ahí estaban mis compa-ñeros, hablando sobre sus logros con circo, maroma y
teatro, –Pinches mamones, pensé. Llegué y puse la mejor cara posible, aunque
eso de ser hipócrita nunca se me ha dado, y con toda la bola de pendejadas que
me habían pasado antes de llegar, apenas pude hacer un gesto de alegría.
–Buenas
tardes, les dije. Y tomé asiento. Me senté en la cabecera, para no estar en
medio de su plática estúpida y sosa. Mi presencia fue prácticamente
imperceptible, seguían hablando de pendejadas egocentristas. En verdad que no
quería estar ahí, pero sabía que si no asistía a la reunión, el idiota que me
dejó la nota en mi casillero aquella tarde, en donde me amenazaba con decirle a
la directora del instituto quién había boicoteado la entrega oportuna de los
cuentos, los cuales serían parte de esa estúpida antología. ¿Y porqué mi cuento
no?, son unos incultos que no saben apreciar la literatura de verdad. En
realidad no entendía nada, pero sabia que tenia que estar ahí, ya que tenía
mucho en juego; si mi secreto fuera revelado perdería el apoyo de mi padre,
quién nunca había estado orgulloso de mi hasta el día que se enteró que
seguiría sus pasos como escritor. ¡Carajo!, según yo no había dejado ningún
cabo suelto, lo tenía muy bien planeado, ¿Quién de todos estos cretinos era el
chantajista cobarde? Sospechaba de todos, pero a la vez de nadie, ya que todos
actúan como siempre actúan, como unos mentecatos ególatras. Mientras los
observaba fijamente, esperando a que alguien me sostuviera la mirada, una mano
pesada tocó mi hombro.
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