jueves, 15 de marzo de 2012 0 comentarios

zZ

Este caligrama necesita ser leido en PDF, adjunto el archivo para mayor fidelidad.

miércoles, 22 de febrero de 2012 0 comentarios

Soy de esas


Yo soy de esas
que con los labios secos besa a la paciencia.

Soy de esas
vulgar amante de las palabras
celosa
puedo venderlas o endulzarlas con el alma.

De esas,
que blasfeman fe errada
creo y no veo veo y no creo
satanás.

Soy drama,
manecillas impacientes,
devorando el tiempo
bomba de tiempo boom.

Decibeles,
el ruido.
Sombra indescifrable del 88
noviembre 3


Yo soy de esas,
diosa
        mujer
        y una cualquiera.

lunes, 20 de febrero de 2012 0 comentarios

Este cerro


Este cerro…

Personajes
AMALIA (56 años)
TOÑO (60 años)

Escenario:
Se observa una cama en donde la parte de los pies ven hacia el escenario. Es una cama muy bonita, con enredones blancos, la cama está tendida. También hay dos buros, en el izquierdo hay una lámpara de noche y libros. En el  otro buro hay unos portar retratos –uno de una bebé sonriendo y otro de dos niñas abrazándose–. Hay cajas de mudanza por el cuarto, algunas abiertas y otras aún llenas. Enfrente hay un marco simulando un espejo, que cubre prácticamente todo el ancho de lo que es el escenario. Esto simula el marco de un espejo.

I

Sobre la cama está recostado TOÑO, viste una pijama de franela. Lee un libro. Se ve un poco cansado. Entra a escena  AMALIA, ella viste una bata de dormir  de felpa y de color rosa. Entra a la cama. Ella se ve un poco cansada.

AMALIA (cansada): ¡Cuánto que hacer, no sé de donde salen tantos trastes! Pero lo malo es que tardo más en recoger en que se ensucien de nuevo. Pero en fin, que rápido se pasa el tiempo…
TOÑO (deja el libro/ pícaro): ¡Vengase pa’ aca y déjese de estar quejando (la abraza).

Ambos comienzan a besarse. AMALIA le quita el libro a TOÑO y apaga la luz.

II

AMALIA (entre besos, preocupada): ¿Oye cerraste la puerta?
TOÑO (entre besos): Si.
AMALIA(entre besos, preocupada): ¿Seguro?
TOÑO (entre besos): Sí…
AMALIA (entre besos, preocupada): Es que no conocemos bien está ciudad y pues me da miedo que entre alguien.

TOÑO deja de besarla. AMALIA enciende la luz y se ve un poco apenada. TOÑO se baja de la cama y sale de escena.

III

AMALIA se para de la cama y se mira en este marco, simulando que es su espejo. Se levanta los senos y se limpia el rímel corrido que tiene en los ojos. Se peina un poco el cabello. Se huele al axila. Se percata que huele muy mal y se pone desodorante. Se peina su cabello y se pone un poco de gloss en la boca. Se admira un poco en el espejo, vuelve a acomodar sus senos. Se mete a la cama.

IV

Entra TOÑO a escena.  Se acerca a AMALIA.

TOÑO (un poco irritado): Si cerré todo. ¿Ya estás más tranquila?.
AMALIA: SÍ. (Le pega con su mano al colchón del lado de TOÑO) ya ven a la cama amor.

TOÑO apaga la luz y entra a la cama. Comienzan a besarse de nuevo.

TOÑO (enojado y algo preocupado): ¿Qué esa basura que te pusiste? Esta cosa pegajosa. Ewww.
AMALIA (un poco irritada): Es gloss y es de sabor fresa.
TOÑO (enojado): Sabe a medicina. Quítate esa cochinada.
AMALIA (avergonzada): Pero sabe a fresa, a tu te gusta la fresa.
TOÑO (enojado): Quítate esa porquería, por favor.

AMALIA enciende la luz. TOÑO está mirando hacia el frente, rescotado en la cama. Se ve molesto.

AMALIA (preocupada y avergonzada): Ya corazón, no te enojes. Mira (se limpia con su mano el gloss) ya me lo quité ¿Podemos seguir? ¡Anda!

TOÑO sonríe y apaga la luz.

Comienzan a besarse de nuevo. Se escuchan besos y gemidos ligeros de excitación.

V

TOÑO (entre besos y caricias): Ayúdame a quitarme esto.
AMALIA (entre besos y caricias): Si, pero es que… ¡Ay! Espera. Es que…
TOÑO (entre besos y caricias): Cuidado no me vayas a…
AMALIA (entre besos y caricias): Es que no…
TOÑO (entre besos y caricias, enojado): Con cuidado mujer. Me vas… a (muy enojado y con dolor) ¡Haaaaaaaaaaaaa! ¡Mujer que no ves que me lastimas! ¡Haaaaaaaaaaaaaaaa!

AMALIA enciende la luz. Ambos está despeinados. TOÑO está recostado de lado, como en posición fetal, con una expresión de dolor.

AMALIA (preocupada): Gordito, perdón. Es que.. No fue mi intención lastimarte.
TOÑO (convaleciente): No, te preocupes amor. Esta bien. Déjalo así.
AMALIA (preocupada y desesperanzada): ¿No crees que ya estamos viejos para esto?
TOÑO (se acomoda en la cama y enojado): ¿Viejos? ¡Viejos los cerros y vuelven a enverdecer! (la mira lujuriosamente) chiquita…

 TOÑO se abalanza sobre AMALIA. Comienzan a besarse apasionadamente. AMALIA como puede apaga la luz.

VI

Se escuchan besos apasionados y gemidos.

AMALIA (entre besos y caricias): ¿Amor?
TOÑO (entre besos y caricias): Dime…
AMALIA (entre besos y caricias): ¿Dónde pusiste las fotos de Rosita y de Mimi?
TOÑO (entre besos y caricias): En el buro…
AMALIA (entre besos y caricias): ¿En el buro?
TOÑO (entre besos y caricias): Sí…

AMALIA enciende la luz. Se acerca al buro donde están los porta retratos y los pone boca abajo. TOÑO se ve enojado y frustrado.

AMALIA: Perdón amor, es que así no me inspiro…
TOÑO (la ve con desprecio): Pues este cerro ya se marchito.

TOÑO apaga la luz
lunes, 16 de enero de 2012 0 comentarios

Amar

Para Hugo


Amar va más allá de caminar entrelazando nuestras manos,

más allá de regalarnos caricias y besos en la oscuridad.

Amar es más que una reacción química,

Más que despedir atardeceres

y saludar a la noche.

Es más que fechas,

corazones y flores en un trozo de papel.

Amar no se pierde en eso.

Amar es mimetizarnos,

Multiplicar alegrías

dividir tristezas.

sentirnos acompañados cuando la soledad nos acongoja.

Amar es dormir sobre la misma nube de sueños

respirar los mismos anhelos.

es caer uno y levantarnos dos.

dos, sumados y aunque a veces dividíos somos dos.

tu y yo

y yo

yo

te amo.

lunes, 28 de noviembre de 2011 1 comentarios

Ropa en el armario


–¿Acaso importa?
–No lo sé. ¿Te importa a ti?
–Yo sólo quiero mis cosas de vuelta, en especial mi ropa.
–Ya no tengo nada. Tiré todo. Todo.
–¿Cómo que todo?¿Tiraste todo?¿Hasta mis chamarras de piel?, me dijo, mientras apretaba la quijada.

Dudé.

–Creo que sí, yo recuerdo haber tirado todo.

Era mentira,  las tenía guardadas en el armario de lo que solía ser nuestra habitación. Escondí sus chamarras , junto con la esperanza de que algún día él regresará. Ahí, en un rincón olvidado, entre mis abrigos, esos que usaba en las noches de invierno que pasamos juntos y las faldas que muchas noches adornaron la sala de su casa.

–¿Cómo pudiste hacer eso?, sabes perfectamente lo mucho que me costó esa ropa.
–Lo siento, es que en verdad no pensé que te importara. Dejaste muchas cosas aquí y nunca preguntaste por ellas hasta hoy. Sabes que odio acumular cosas que no me sirven para nada.

Mentí de nuevo. Claro que le importaba y yo lo sabía perfectamente. No había conocido a hombre más materialista que él. Sabía que sería un gran pretexto para volverlo a ver y tal vez suplicarle una vez más que regresará conmigo.

–¿Por qué no me dejas buscar hoy?, a ver que encuentro y mañana te marco ¿Está bien?

Me contestó el silencio.

–Tal vez estoy confundida y he de tener alguna que otra prenda por ahí. Tal vez no todo está perdido, así como…
–¿Ya vas a empezar?
–Yo sólo decía.
–Siempre dices, ¿Te das cuenta?

Me enfadé.

–Olvídalo.
–Recuerdo haber dejado unos zapatos negros también.
–¿En serio? No recuerdo haberlos visto.

Mentí otra vez. Ocasionalmente los lustraba. Me recordaban tanto a nuestra cena de graduación. Esa noche, en donde a la hora del brindis, agradeció a Dios por tener el apoyo y el amor de su nueva familia, ósea yo y nuestra bebé. Enfrente de todos nuestros compañeros y más que nada, de esa zorra barata, con la cual me engaño años atras. Me sentía tan orgullosa, como una niña que se queda con la muñeca más bonita, así, fui coronada con el triunfo de haberme quedado con él y más aún, de haber tenido un bebé juntos. Se lo restregaba en la cara cada vez que podía a la zorra barata de Laura, y esa noche fue tomando a mi novio-esposo del brazo.

–Tu nunca te acuerdas de nada, de la ropa ni de los zapatos y seguramente mucho menos de la forma en que destruiste a nuestra familia.

Callé.

–Ya Rafael, sé que no puedo cambiar el pasado. Lo único que puedo hacer es mejorar en el presente no volviendo a cometer el mismo error. Claro, si estuviéramos juntos.

El silencio se hacia participe de nuestra conversación.

–Bueno, ¿algo más que quieras?
–Sí, mis camisas y mis pantalones.
–Eso creo que no lo tengo.

Me estaba volviendo experta en el arte de la mentira, por supuesto que lo tenía.  Todo estaba planchado y doblado en sus cajones. Esos que nunca me atreví a vaciar, al igual que a mi corazón de todo el amor que le tenía.

–¿Cómo es posible? Es mucha ropa y no tienes ni un calcetín.
–¿Calcetines? No, esos se los di a Coby y creo que solo quedan tiras como recuerdo de lo que un día fueron.

Deseando profundamente que sus manos pudieran atravesar el auricular para estrangularme, me dijo –Dime que tienes mi playera del Barcelona, por favor, en serio, no juegues con eso.

–¿La de los monitos que van tras el balón como loquitos?¿Una azul con rojo?

Volví a dudar.

–No, creo que no la tengo. Se la di a mi tía Susy para que se la diera los niños de la fundación. Les encanta ese jueguito de la pelota.

Me gané el titulo de mentirosa certificada. Y lo mejor –o peor, según sea el caso–, es que me creía todo. Escuchaba como sollozaba y se mordía una mano para no explotar de coraje. Obviamente la tenía, y  la usaba para dormir casi diario. Me gustaba pensar que llegaría después de trabajar y me encontraría acostada en la cama, vistiendo solamente esa playera y me haría el amor, sin dejarme decir absolutamente nada. Así, como a él le gustaba tenerme todas las noches.

–Entonces, tu no tienes nada, nada de nada.
–Ya te dije, que me dejes revisar.
–No. ¿Sabes? Olvídalo. Ya no importa.

Mi corazón sufrió una helada intensa y antes de poder decir algo, sólo éramos el sonido de la línea telefónica y yo.
miércoles, 19 de octubre de 2011 0 comentarios

Quiero llegar a casa


Quiero llegar a casa
y vaciar toda mi tristeza
en las sábanas de nuestra cama.


Quiero llegar a casa
y verte tendido en la desidia
hipnotizado por las horas muertas
de ayeres putrefactos.


Quiero llegar a casa
y entregar el luto
que mi pecho anida.


Quiero llegar a casa
y ver que todo esto es sólo una mentira.
martes, 18 de octubre de 2011 0 comentarios

¡Amén!


Son las nueve de la mañana y Benito despierta. El sudor cubre su cuello y su ancha frente repleta de arrugas y manchas cafés. La primera imagen que se le viene a la mente es la de Santiaguito –santo patrono de Izúcar de Matamoros; postrado en su blanco corcel, mientras sostiene una espada, con la capa saturada de fotografías, mechones de cabello y billetes.

Entre un montón de libros viejos de teología y cartas sin abrir de algunos feligreses en busca de algún rayo de redención, Benito busca el discurso que ofrecerá en la misa de hoy. Es el discurso del padre Federico, quién fuera su antecesor hace ya algunos meses antes de morir por problemas en el hígado –de tanto escanciarse el vino de la iglesia–. Ese gastado discurso, que año con año, es sacado del olvido y leído con lozanía ante todos los devotos que asisten a la misa en honor de Santiaguito –que son aproximadamente los ciento cincuenta habitantes–.

Todavía con el sueño trepado en la cabeza, se dirige a la cocina y abre la vieja nevera que aún se resiste a ser substituida. Dentro de ella sólo hay un par de blanquillos y media jarra de leche –algo amarillenta–, sin meditarlo mucho, toma la jarra de leche y comienza a buscar dentro de la alacena alguna taza limpia para servirse. Pero lo único que logra encontrar es un par de cucarachas que se esconde en la oscuridad de las esquinas del mueble –Son como los retrasados mentales, los que deambulan por los traspetos de la iglesia, escondiéndose de los demás, en la oscuridad, porque nadie los quiere. Ese es el único lugar que la sociedad les da en realidad– dice decepcionado, mientras comienza a beber de la jarra directamente.
La agriedad de la leche penetra sus papilas gustativas, se desliza por su garganta quemando las paredes de esta y llega al estómago, el cual ruge de inconformidad por la basura que yace en él, –Basura, como la esperanza que piden que les de a cualquiera de sus desahuciados problemas existenciales–se dice así mismo.

Ya bien despierto, Benito se mira en el espejo de su tocador. –Si es que existes, dame la fuerza necesaria Señor, susurra. Se persina y observa las empolvadas imágenes que cuelgan de las viejas paredes de adobe, buscando en los ojos de aquellos santos y mártires una señal de perdón. Regresa a la cocina a limpiar los trastes sucios que desde hace 5 días se cubren de moho. Sin tener suerte, se dedica mejor a acomodar toda la maraña de cartas viejas, fotografías de años que fueron tragados por el seminario y retiros, una que otra medalla al merito que llegaron a él durante su servicio al frente.

Las manecillas del reloj le hablan de que las once se acercan, así que toma el discurso, lo dobla y lo mete entre su habito.

Benito camina entre las bancas de la capilla y comienza a quitarse la mugre que anidan sus uñas. Mira hacia la imagen de Santiaguito y se pone a pensar en lo mucho que aborrece a sus feligreses; esas madres argüenderas que lo buscan cada tres días para pedir consejo sobre sus hijos adolescentes, a los campesinos que acuden a orar por la lluvia que no ha caído sobre su tierra yerma, a los ancianos que pasan la mayor parte del día sentados en las bancas durmiendo –contaminando con su hediondo aroma toda la capilla–, a la viuda demente que va diario a confesarse –contándole la misma historia desde que él reside en Izúcar–, a los niños mendigos que frecuentemente entran a pedir una rebanada de pan. Benito está cansado de ver la injusticia divina caer sobre las espaldas de estos entes que rondan el templo en busca de palabras vanas y efímeras de aliento. –Todas son almas sin arreglo, sin salvación. ¿Para qué prolongar su sufrimiento?, le pregunta a la gran imagen de Santiaguito. –Dime, tú que resguardas todas estás almas en pena, ¿Para qué? ¿Para qué seguir vagando así?

Su monólogo interior es interrumpido por el conserje de la iglesia, quién le dice que subirá a tocar las campanas. Benito asienta la cabeza. Se dirige a preparar las ostias y el vino, por que la hora se aproxima.

La gente comienza a llegar; entra cantando himnos de alegría y de perdón mientras carga en sus hombros todo tipo de ofrendas –desde flores hasta mole–.

Hombres, mujeres, niños y ancianos llenan las bancas del templo de Santiaguito. La fe y el agradecimiento se escurren de los ojos de unos cuantos. Benito sube al altar y recorre con la mirada a toda la congregación, traga un grumo de saliva y llena sus pulmones con el hediondo olor que flota en el aire.

Las piernas le tiemblan un poco, pero sabe que es lo mejor para todos. Pide una oración por todos los presentes y por sus pecados, por los que ya no están y por la gloria –que según el protocolo marca– les espera al final de la vida en la tierra. La misa comienza y con ella el final.

Benito le da lectura a salmos y versículos especialmente seleccionados para la celebración, mientras que hace un recuento de las frentes agachadas pidiendo redención a sus pecados. Prosigue con el discurso del padre Federico, impregnándose de la devoción que yace en la mirada de cada uno de los devotos. El protocolo eclesiástico continúa, al igual que la cuenta regresiva que los acerca –según Benito– a la paz eterna. –Esta es la sangre de Cristo, que fue derramada para la salvación de la humanidad, consagremos el cuerpo y la sangre de nuestro Señor–.  El sudor aparece de nuevo y rueda por la papada de Benito, el tiempo se suspende y el sonido se turba un poco. Una cuenta regresiva nubla su mente y todos contestan en forma de coro
–¡Amén!

Benito sonríe, mientras la espada de Santiaguito atraviesa su pecho, cayéndole desde arriba.


 
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