martes, 19 de julio de 2011

Quiero escuchar.


Me encuentro en un restaurant de cortes argentinos, uno de los más caros de la ciudad, en donde se encuentran mis padres, mi hermana y el papá de mi hija Daniela.
–¿Está muy buena la carne?, dijo mamá.
–Uno de los mejores cortes que he probado, le respondió papá.
Yo, con una mirada triste, juego con mi comida, si, un mal hábito pero trato de concentrarme en la vana plática de mis padres, pero me es imposible, ya que no hay algo más que pueda ocupar mi mente que no seas tu...
Si, tú. Esa constante en mi vida que lleva nueve años yendo y viniendo, como los huéspedes que regresan después de mucho tiempo al mismo hostal.
–¡Fernanda!, me grita mamá.
–Dime, le conteste. Mientras jugaba con el tenedor.
–¿Qué te pasa?.
–Me siento mal, lo siento.
Siento una mirada muy fija. Es la mirada de mi hermana. Y noto en su rostro un gesto de compasión. La miro y le regalo una sonrisa de resignación.
Realmente ya me quiero ir; y no es sólo porque no me guste la carne, o no me guste compartir tiempo con mi ex esposo, no, sino es que quiero llegar a casa, ponerme mis audífonos y escuchar música, la cual estoy segura que me regalará unos momentos de paz y más que nada, una visión aunque un tanto borrosa e incierta del día en que te vuelva ver y recostarme en mi cama; escuchar canciones tristes y melancólicas que me hieran tan sólo lo suficiente para percibir esa sensación de nostalgia que me provoca tu aroma en mi almohada, tu risa impregnada las paredes y las caricias que dejaste en mi piel.
Daría todo, incluso hasta más para poder estar a tu lado y poder rozar tan sólo un poco tu mano y escucharte decir “Te amo”.

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