Han
pasado varios meses ya desde que nos separamos, aunque en realidad, pienso que
desde hace tiempo atrás la distancia ya existía entre nosotros. No logro
entender como es que no pudimos ser felices a pesar de que teníamos todo a
nuestro favor, pero ¿Qué mas da ya? Todo se fue volando, cual hoja de otoño que
es raptada por el viento.
La
tarde comienza a caer y pareciera ser que lloverá. Tomo mi bolso y busco en él las
llaves de mi auto y como es de esperarse no las encuentro, comienzo a
desesperarme, ya que no quiero que me agarre la lluvia en el camino. Después de
vaciarla encuentro mis llaves, corro hacia la sala y tomo del perchero mi
chamarra.
Subo
al auto y conmigo mi fiel compañero, Tommy, un pequeño french poodle cremita, diría mi hermana.
El
tráfico está algo pesado, pero nada que no pueda soportar. Conforme voy
recorriendo ese camino que algún día recorrimos juntos, cuando salimos de la universidad
y moríamos de ganas por llegar a tu casa para besarnos y pasar la tarde juntos.
Muchos recuerdos merodean por mi mente, unos muy felices y otros no tanto, pero
al final de cuentas son recuerdos, que se que no olvidaré y que a la mejor tu
ya los haz olvidado.
Doy
la vuelta y llego a tu calle, esa calle llena de baches y eternas
construcciones. Estaciono mi auto afuera de tu casa y respiro profundo, ya que
de cierta manera, siempre el verte es algo perturbador para mi.
Bajo
de mi auto. Me acerco a tu puerta y toco tu zaguán muy fuerte, ya que como
siempre, tu estás perdido entre comerciales y telenovelas de pésima calidad.
Toco
durante diez minutos y ninguna señal tuya. Me asomo por una pequeña ranura y
veo tu camioneta, así que insisto un poco más...
De
repente, escucho tu puerta abriéndose, ya que es de las puertas que te delatan
cuando te vas de pinta y regresas a casa ya noche; también escucho tus pasos
conforme vas avanzando hacia el zaguán.
–Hola,
me dices.
–Hey
¿Cómo estás?, te pregunto nerviosa
–Bien,
pasa.
Una
tensión rara se apodera de nosotros, me acerco a ti y te doy un beso en la mejilla.
Tu sonrojado me invitas a pasar.
Entramos
a la casa y lo primero que veo es tu sala, en donde pasábamos tardes enteras
viendo televisión y comiendo pizza, prometiéndonos amarnos por siempre y haciendo
planes para el futuro; ahora no es más
que una extensión de tu enorme desorden, al cual tu, hoy le llamas casa.
Dejo
mi bolso sobre tu mesa y mi chamarra en una silla, sorpresivamente, siento que
unas pequeñas manos sujetan una de mis piernas; es nuestra hija, una pequeña
niña de un año y medio, quién llegó de una forma inesperada y sin planearlo,
pero al menos para mi fue una grata sorpresa.
¿Sabes?
a veces me pongo a pensar, si en realidad fue mi culpa el que tu y yo ya no fuéramos
eso que tanto en algún tiempo atrás anhelábamos tanto, es decir, una familia;
tal vez fue mi extraña obsesión con la limpieza o mi manía por tener todo
ordenado, quizás si hubiera sido más comprensiva contigo, tal vez estuviéramos
juntos, o a la mejor fue tu extraña forma de expresar lo que sentías por mi, tu
frialdad o tu practicidad hacia los problemas diarios.
No
lo sé, pero sea lo que sea lo que nos separó, sigue muy presente y dudo mucho
que algún día, volvamos a estar juntos. Lo lamento de cierta forma por nuestra hija, ya que no podremos
ofrecerle un hogar "normal", como diría mi mamá, pero ¿Qué es lo
normal hoy en día?, sólo espero que el amor y el cariño que le demos sean
suficientes para que ella, cuando sea mayor sea una mujer fuerte e
independiente, que sepa definir lo que quiere y más que nada, luche por ello.
Me
agacho y levanto a nuestra hija, siento un poco mojado su pantalón y le reviso
el pañal. Efectivamente, Mena se ha mojado, y te pregunto si puedo pasar a
cambiarla a tu habitación. Con un tono molesto me respondes que si.
Me
dirijo hacia tu alcoba, lugar en donde dormimos muchas noches mientras escuchábamos
la lluvia caer, y abrazados descansábamos en tu cama después de haber hecho el
amor. Abro la puerta y grande es mi sorpresa al ver decenas de las cartas que
yo te escribía revueltas y dispersas detrás de tu amada televisión. Muñecos de
peluche que te regalé acompañan tus libros y cualquier tipo de objeto que
podrías coleccionar. Nunca pensé que tu aún conservaras eso. Tu, sonrojado, me
suplicas que me apure.
Cambio
lo más rápido que puedo a Mena, ya que siento tu mirada sobre mi. En cuanto
termino de cambiarla, te digo que la cuides y me dirijo a tu baño, me lavo las
manos y te pregunto en donde están las cosas que Ximena, tu me respondes que en
tu camioneta, así que sin detenerme ni un momento más a curiosear, voy por
ellas.
Subo
las cosas de Mena a mi auto y en seguida sales y la acomodas en su asiento.
Me
despido de ti de la misma forma en que te salude y subo al auto. Tu no dices
nada.
Arranco
mi coche y muevo mi mano diciéndote adiós.
Me alejo de ti, de tu casa y de los recuerdos.
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