Roberto era un joven de 20 años. Tenía apenas cinco días en la ciudad cuando la conoció. Fue un jueves por la noche, Roberto salió por queso y leche a la tienda, tenía que caminar tres cuadras desde la tienda para llegar a su pequeño departamento, y en el camino pasaba por una zona llena de prostitutas. Fue en la esquina de la 9 Sur y la 13 poniente donde la vio. Ella vestía una minifalda de imitación cuero negra, con mallas de red que cubrían sus torneadas piernas, una blusa de gasa roja escotada y un peluquín rubio, que a pesar de verse muy falso, le quedaba bien. Roberto bajó la mirada y apresuró el paso, ella con un cigarrillo en mano le dijo con un tono sensual y un tanto vulgar –¿Por qué tan solo?, ¿No quieres compañía mi rey?–. Roberto, habiendo crecido en un hogar católico y siendo todo un caballero, le contestó –No, gracias. Con permiso–. Sin mirar atrás, Roberto camino rápidamente hasta llegar a su casa.
Al cerrar la puerta de su apartamento, se volteó contra la puerta y se recargó. Pensó un momento en lo que había pasado, nunca en su vida había visto algo así, le habían hablado de lo que era una prostituta, de las muchas enfermedades que estás contagiaban y de lo vulgarmente sensuales que eran. Pero nada de esto se parecía a lo que sus ojos habían visto esa noche. De cierta forma, el pensar que una mujer de la calle galante se le haya acercado a ofrecerle sus servicios, le parecía algo excitante. Total, había terminado su carrera de Informática en una de las mejores universidades del país, era una mente brillante y tenía un futuro prometedor, ya que había llegado a la gran ciudad para comenzar a trabajar en una empresa dándole mantenimiento a las docenas de máquinas que ahí residían, no tenía obligación o compromiso alguno más que con él mismo, total, no había nada que perder. Así que se fue a la cama pensando en que al día siguiente, regresaría a esa esquina y le hablaría a aquella dama que se le insinuó en la acera.
El despertador sonó a las 8, Roberto se paró de la cama y realizo todo su rutina para ir a su primer día de trabajo. Las horas volaron, y en un abrir y cerrar de ojos habían dado las 7, era hora de salir. Roberto tomó el metro camino a casa y decidió ir al encuentro con esta dama de la noche.
Roberto, al llegar a la esquina, se sentía muy nervioso, no sabría como empezar la conversación. Miro su reloj de mano y pensó en irse a casa y olvidar esa tontería, que seguramente, le causaría muchos problemas. De repente, desde la oscuridad, escucho su voz diciéndole –Vaya, mira que me trajo la noche, eres tu, el caballero que muy amablemente se negó a disfrutar de mi compañía–. Roberto, titubeando un poco, le respondió –¿Quisiera saber si te gustaría tomar un café conmigo?–. Ella rio y le dije con un tono sarcástico –¿Un café?, Jajajaja, No te burles de mi, chiquillo, vamos, ya dime, ¿Qué es lo que quieres?–. Roberto, un poco molesto respondió –Te lo estoy diciendo en serio, te pagaré, claro, digo, así ambos ganamos, ¿te parece?...Soy Roberto.–, ella lo miro fijamente, se sintió sorprendida por lo que aquel extraño le estaba pidiendo, encendió un cigarrillo, le dio un toque y le contestó –Me llamo como tu quieras llamarme…Y esta bien, vamos por un café, pero te cobraré como si fuera lo de una hora de trabajo y eso te daré, sólo una hora, porque si mi jefe nos descubre, me ira muy mal–.
Ambos caminaron cinco cuadras en silencio absoluto, lo único que se podía escuchar era el sonidos de sus tacones contra la acera. Al llegar a la puerta de la cafetería, ella le preguntó –¿Estás seguro que quieres hacer esto?, él movió la cabeza diciendo que si. Al entrar a la cafetería todos los observaron, ya que no es nada normal ver a una prostituta en plena labor de trabajo entrando a una cafetería a esas horas de la noche. Roberto le dijo –Sentémonos aquí, ¿Qué vas a querer?–, ella le respondió, –Pues venimos por un café ¿no?, y recuerda, sólo tenemos una hora y he empezado a contar desde que comenzamos a caminar–. Roberto pidió dos cafés. La mesera miró de una forma extraña a Roberto y él molesto le dijo –Eso es todo, gracias–. Su acompañante lo miró fijamente y sonrió un poco. Le dijo que él era un hombre muy extraño, Roberto un poco confundido le preguntó porque. –No son muchos los hombres que se acercan a mi esquina y me piden que vaya a tomar un café con ellos, me intriga mucho saber porque lo hiciste–. Roberto le explico, –Simplemente tenía curiosidad, sin ofender, de salir con alguien como tu, por una extraña razón me llenas de curiosidad y quise atreverme a hablar contigo y que mejor forma que saliendo a tomar un café, ¿No crees?–. Ella se quedó perpleja, nunca había escuchado algo así, ya que cuando los hombres se acercaban a ella era sólo para saber su precio y a donde irían tener sexo. ––Y ya hablando en serio, dime ¿Cuál es tu nombre?–, le preguntó Roberto, ella le respondió Sonia. –Mucho gusto Sonia, soy Roberto–. Ella sonrió y bajo un poco la mirada, ya que se sentía apenada. Y así comenzaron a hablar, Roberto le hablo de porque se había mudado a la gran ciudad y ella escuchaba atenta, porque extrañamente, se sentía un poco atraída por la forma de ser de Roberto, ya que como ella dijo, no todos los hombres que se le acercan le piden que tome un café con ellos.
La dichosa hora paso, Roberto le dijo –Ya paso una hora y no quiero que tengas problemas–, ella negó con la cabeza, –Aún es temprano, mi jefe aún no llega, sigamos charlando–, Roberto sonrió y siguió charlando. Ella le contó sobre como es que había terminado trabajando como prostituta, era extraño la forma en que uno se suelta a hablar con un extraño sólo por el gusto de platicar. Sin darse cuenta el reloj marcó las 12 y tal cual cenicienta ella le dijo que tenía que irse. Roberto pidió la cuenta y la acompaño a su esquina. Ya ahí, Roberto le dijo– ¿Será que nos podríamos ver de nuevo?, ella sonrió y le dio una tarjeta, –Llámame y veré que puedo hacer–. Roberto le dijo –¿Cuánto te debo?, digo, después de todo, trabajo es trabajo– Ella sonrió y le dijo –No es nada–. Y se perdió en la oscuridad. Roberto, con una boba sonrisa dibujada en su rostro regresó a casa. Al día siguiente la volvió a buscar y así fueron las dos semanas siguiente, Roberto le invitaba un café y platicaban de cualquier cosa. Roberto sentía que se estaba enamorando de ella y Sonia sentía lo mismo por Roberto.
Un martes lluvioso, Roberto fue a buscar a Sonia como de costumbre, pero al llegar con ella la notó un poco rara, –¿Qué tienes?, le preguntó. –No podemos seguirnos viendo, una de mis compañeras nos ha pillado y le dijo a mi jefe, si nos vuelve a ver juntos, no se que pasará, él dice que el amor y los negocios no deben de mezclarse y yo te amo. Nadie nunca había sido así conmigo, ni siquiera antes de ser una prostituta, pero lo nuestro no puede ser y creo que deberías dejar de vernos–. Roberto sintió que el corazón se le comprimía, no entendía que era lo que pasaba, pero lo que si entendía era que él la amaba y ella a él, y que no la dejaría ir tan fácilmente. Roberto se acercó y le tomó la mano, ella se quedó pasmada, –Te amo Sonia–. De pronto, se escucho un disparo y Roberto cayó al suelo. Los ojos de Sonia se nublaron con lágrimas y un nudo se apoderó de su garganta. De la oscuridad se escuchó una voz fuerte e imponente diciendo –Te dije que el amor y el trabajo no se deben mezclarse…y lo peor de todo, es que nunca te pago las horas que le dedicaste, pobre idiota, dejó su vida en este poste por un amor que nunca iba a poder ser-.
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