domingo, 7 de agosto de 2011

Doscientos pesos



Hoy perdí un billete de doscientos pesos. Lo tenía en la bolsa trasera izquierda de mis jeans y no me di cuenta de su ausencia hasta que iba caminando por el zócalo.
–¡Carajo!, seguramente se me perdió en el estacionamiento Reforma y ni en sueños el acomodador me lo devolverá,  pensé.
Sentí como la tranquilidad comenzaba a soltarme de la mano mientras caminaba, así que decidí sentarme en una banca, a ver si así, a esta se le antojaba acompañarme un rato más.
–¡No puede ser!,  le dije y ella atenta comenzó a escucharme.
–Doscientos pesos regalados a ese cabrón, quién seguramente los usará para pagar una prostituta barata del Paseo Bravo,  quién a su vez, con ese dinero podrá a completar para un par de zapatillas, de esas que venden en las zapaterías Carmen que están sobre la 2 Oriente y la 5 de Mayo.
Y mi billete será usado por el dueño de dicha zapatería para llevar a su familia el domingo al famosísimo tianguis de Analco, en donde comprarán “artesanías” made in China, las cuales adornarán su casa ubicada en la colonia de los ex riquillos, Estrellas de Sur.
Y ese billete de doscientos pesos, que este burgués gastó, será usado por el dueño del pequeño puesto para comprar esas cosas horrorosas y grotescas, conocidas comúnmente como cemitas, las cuales son elaboradas en el Mercado El Carmen, y dicho personaje será atendido por un mesero, cuyo sueldo será pagado en parte con mi billete de doscientos, y dando el reloj las 8 de la noche, este individuo tomará la ruta 10 para irse a casa, y al no tener cambio, no le quedará más remedio que pagar con ese pedacito de papel que dejé ir, haciendo enojar al conductor de la ruta, quién finalmente de mala gana, aceptará el billete y lo usará para comprar discos piratas del Potrillo en la Fayuca.
Y estoy segura que el propietario de este local, gastará mi dinero para ir a hacerle honor a Dionisio, al barrio del Alto, en donde se ahogará en alcohol barato y contratará a monitos panzones vestidos en traje de charro, llamados también mariachis, para que lo acompañen con un timbre desafinado a entonar canciones más viejas que clásicas y más cursis que románticas.
Pero creo fielmente que ahí no terminará todo, este empresario, al estar tan borracho y siendo un fiel creyente de que “la calle es de todos”, será víctima de un robo a sus espejos retrovisores, que al otro día, después de toparse cara a cara con la poco conocida cruda, irá corriendo a “comprarlos” a la famosísima 46, en donde seguramente, encontrará exactamente los mismos espejos; tan parecidos que uno de ellos tendrá el mismo despostillamiento, curiosamente de la misma forma y más increíble aún, en el miso lugar.
Y esta gracia le saldrá en ochocientos, que es seiscientos más doscientos, doscientos como el número que adornaba mi billete verde, ese que extravié en ese estacionamiento hediondo hoy por la tarde. ¿Será este un castigo divino? ¡Jesús bendito! ¿Estás enojado por que no voy a misa los domingos a la Medalla Milagrosa? ¿A esa iglesia llena de mochos y santurrones? ¿Esa que queda a una cuadra de mi casa? ¿O será que te molestó que les diera arroz a tus palomas, aquellas que ensucian con sus heces La Catedral? ¿Acaso explotó una de tus consentidas? ¡Carajo! ¿Y por qué te desquitas con mi billete de doscientos?, pensé.
A la tranquilidad se le comenzaban a entumir las piernas, así que decidí pararme y dejar de quejarme tanto; sentí que ya era tarde, así que busqué mi celular para ver la hora. Metí mi mano en mi bolsa trasera derechas de mis jeans y ahí estaba, mi billete de doscientos pesos.

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